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sábado, 24 de octubre de 2009

Semblanza del abuelo

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CERÁMICA SANTA ISABEL
Fundada en enero de 1939 en Sevilla, en la calle Antillano Campos 9, por el alfarero Sebastián Ruiz Jurado, en un alfar trianero con más de 150 años de existencia. Sebastián Ruiz Jurado era natural de la localidad cordobesa de la Rambla, donde nació en los últimos años del siglo XIX. La Rambla, afamada por la calidad de sus barros, fue la escuela donde Sebastián se hizo alfarero, trasladándose a Sevilla a instancias del ceramista Manuel Rodríguez y Pérez de Tudela en la segunda década del siglo XX, años en los que había una intensa actividad de cara a la Exposición Iberoamericana, participando en la ejecución de tejas, molduras y remates para la Plaza de España.
Este azulejo preside el antiguo alfar de calle Antillano Campos, donde
tanta y tan buena cerámica trianera se hizo desde tiempo inmemorial.
A la muerte de su mentor en 1926, continúa trabajando en estos alfares junto al sobrino de éste, Antonio Kiernam Flores, joven pintor ceramista con el que codo a codo trabajaron en el periodo 1926 a 1939 bajo la razón social Fábrica Nuestra Señora Santa Ana, contando con la colaboración de otro recordado ceramista maestro en la cuerda seca, Antonio Martín Bermudo “Campitos".
Fachada de Cerámica Santa Isabel en la calle Antillano Campos número 9,
cuyo rótulo ejecutara "Campitos", maestro de la cuerda seca.

Según testimonio que nos ofrece su nieto Sebastián Ruiz Molero -continuador junto con sus hermanos en la actualidad al frente de Cerámica Santa Isabel- Antonio Kiernam y Sebastián Ruiz Jurado no solo eran socios y compañeros de trabajo sino buenos amigos. Kiernam no tenía hijos y Sebastián llegó a tener siete, a los que quiso como suyos. En 1939 los hermanos Rodríguez Díaz, que regentaban un depósito de loza en el centro de Sevilla, deciden ampliar su producción tomando en traspaso la fábrica de cerámica de Manuel Montero Asquith en la calle San Jorge, muy cerca del alfar que nos ocupa. Al faltarle un director artístico, convencen a Kiernam para que se ponga al frente de la nueva firma: Cerámica Santa Ana. Ambos artistas –pintor y alfarero- se separan, pero la amistad y el respeto mutuo permanece: tanto es así que los retablos cerámicos que se pintaron en Santa Isabel no llevaron firma.
Sebastián Ruiz Jurado, fundador de Cerámica Santa Isabel, primero por la izquierda, junto al camión de reparto.
Nuestro protagonista, Sebastián Ruiz Jurado elige para esta nueva andadura que comienza en 1939 el nombre de Cerámica Santa Isabel, en honor al nombre de su esposa, Isabel Gutiérrez Maestre. Toma la distribución de los productos elaborados en la Fábrica de La Cartuja y continúa su producción artesanal, amén de dedicar especial atención a la producción de tejas y ladrillos, teniendo en cuenta la fuerte demanda que en esos años existía en Sevilla para la construcción de nuevas barriadas Llegó a tener tres tejares en el barrio de Triana: uno en terrenos de la actual barriada Numancia, otro en San Vicente de Paúl (hoy Bda. Santa María) y el tercero en la calle Evangelista (terrenos donde se construyó la actual capilla de la Hermandad del Rocío de Triana).
Impresionante fotografía del camión cargado de botijos ó búcaros, que llegaron a todos los rincones de España.
No podía faltar la elaboración de los tradicionales botijos o búcaros, que en camiones cargados hasta los topes se distribuían por los rincones de toda Andalucía. Del mismo modo recuerda su nieto Sebastián la elaboración de juguetes de cerámica, muy apreciados entonces. Para la sección de retablos cerámicos y paneles de azulejos contó la empresa con el buen hacer de los pintores ceramistas Antonio Martín Bermudo “Campitos”, su yerno, Juan Lergo Montero y Rafael Bono Reyes, en sus ratos libres después de su trabajo en La Cartuja.
Retablo de Nuestro Padre Jesús Nazareno de La Rambla (Córdoba), localidad natal del fundador
de Cerámica Santa Isabel. Fue pintado por Juan Lergo Montero, yerno de "Campitos". Obsérvese
el gran parecido con Nuestro Padre Jesús del Gran Poder de Sevilla, ambos del escultor Juan de Mesa

Como antes se dijo, siete fueron los hijos del alfarero, de los cuales solo uno se dedicó plenamente al negocio familiar y fue el continuador al fallecimiento de Sebastián Ruiz Jurado en 1980, a los 82 años de edad: Joaquín Ruiz Gutiérrez (+ el 29 de noviembre de 1995 a los setenta años) y sus hijos Sebastián, Antonio y Francisco. El primero se ocupa de la dirección comercial y administrativa desde la tienda exposición, que en la actualidad está sita en la calle Alfarería 12. Sus hermanos Antonio y Francisco se ocupan de los talleres de fabricación y cochura de las piezas, que se encuentran en la localidades próximas a Sevilla de Palomares del Río (desde 1960) y el Viso del Alcor (desde el año 2000), ya que por el uso residencial tomado por el caserío de Triana los hornos debieron trasladarse y adaptarse a las nuevas tecnologías.
En las instalaciones de Cerámica Santa Isabel se conservan las antiguas piedras utilizadas
para triturar los colores utilizados en el vidriado y decoración del barro y los azulejos.

Los antiguos alfares y tienda exposición de calle Antillano Campos 5 y 9 están en la actualidad cerrados porque el mal estado de los edificios y las exigentes leyes urbanísticas impiden una rehabilitación satisfactoria para ambas partes, propietarios y Administración. Produce pena ver unas instalaciones alfareras cargadas de historia y prestigio desde hace más de dos siglos en un estado de conservación tan deficiente.
Sebastián Ruiz Molero, nieto del fundador, es responsable en la
actualidad junto con sus hermanos de la firma Cerámica Santa Isabel.

Otros cuatro hijos de Sebastián Ruiz Jurado y sus respectivos hijos han continuado ligados a la industria del barro como comerciantes de objetos cerámicos y azulejos, abriendo tiendas de cerámica en el barrio de Triana o en el centro de Sevilla, a saber:
*Francisco Ruiz Gutiérrez y su hija Isabel, con “Cerámica Ruiz” en calle San Jorge, 27. En 1992 Alfonso Orce le hace los paneles cerámicos de la fachada.
Manuel Ruiz Leal, nieto de Sebastián Ruiz Jurado, regenta Cerámica Loleal,
establecimiento comercial en el centro de Sevilla

*Lorenzo Ruiz Gutiérrez, con Bazar 1 en Niebla, 34, abierto en 1960 y Bazar 2 en García de Vinuesa, 16, manteniéndolo desde 1985 hasta el año 2000. Al no tener hijos pasaron a regentarlo sobrinos suyos, hijos de Rafael.
*Rafael Ruiz, con Cerámica Loleal, abierta en Hernando Colón 23 en 1986, que debe el nombre al de su esposa, Dolores Leal; continúa su hijo Manuel Ruiz Leal desde 2002 , en el número 9 de la misma calle.
Fuente: Entrevista con Sebastián Ruiz Molero, nieto de Sebastián Ruiz Jurado, a cargo de Martín Carlos Palomo García, ceramófilo sevillano. Septiembre de 2009.

Adiós a una saga: El hombre inquieto


Parece que Henning Mankell se despide definitivamente de Wallander, y lo hace con la más peculiar de sus novelas donde nuestro antihéroe se nos muestra en la más humanas de las situaciones. Acaba de mudarse al campo, haciendo realidad uno de sus sueños; se ha comprado un perro y su hija Linda acaba de convertirlo en abuelo.
Pero Wallander no acaba de ser feliz; mientras cavila sobre la soledad recibe la inoportuna visita de su ex mujer que se ha convertido en bebedora habitual. Además a su diabetes descontrolada se le añaden periodos de pérdida de memoria que más de una vez logran comprometerlo con sus superiores y con la prensa.
Como consecuencia de una falta severa es apartado temporalmente del servicio, tiempo que aprovecha para investigar la desaparición del suegro de su hija, un respetado ex oficial de alto rango de la marina sueca que parecía guardar una importante investigación acerca de la violación de las aguas nacionales por parte de un submarino ruso durante la guerra fría.
Pero Wallander es como el sabueso que ha olido una pista. A pesar de que su propio domicilio es registrado de forma subrepticia nuestro inspector continúa con su investigación, que dará frutos sorprendentes.

jueves, 22 de octubre de 2009

Monstruos S.A.


Siempre he creído en los monstruos.

Casi todos los niños cuentan en alguna etapa de su vida con un amigo o compañero de juegos al que se le da de fábula estremecer de horror a sus oyentes con un repertorio delicioso de historias macabras o de terror. Yo tuve la suerte de que mi amiga Suli fuera una narradora de primera.

La escolarización de entonces nos obligaba a pasar una hora de recreo tras el comedor antes de reanudar las clases de primaria de la tarde, y era en esa hora de semiestupor postpandrial cuando la mente infantil estaba mucho más receptiva al terror comunitario.

Muchas de mis noches insomnes de la primera década de mi vida han estado pobladas por las visiones fantasmagóricas de ¡TACHÁN!: La Mano Negra, La Garra Deforme o Los Zombies Caníbales Desdentados.

Además de los monstruos de coseha propia o los inolvidables icónicos que me quitaron más de una noche de sueño como el Drácula (maravilloso) de Cristopher Lee, el Tiburón de Spielberg o la desasosegadora Cabina de Antonio Mercero teníamos nuestro villano preferido nacional: El Lute, que no tenía punto de comparación con Charles Manson o el Hijo de Sam, pero que fue más impresionante para una niña de 7 años que tuvo la experiencia de verlo en persona durante una persecución a cargo de la Guardia Civil por la Sierra de Aracena.

Pero los terrores prepúberes también crecen y evolucionan.

Todo era mucho más fácil cuando los monstruos tenían una cara identificativa, cuando bastaba con encender una pequeña luz para ahuyentarlos hasta el fondo de la memoria, ganada la batalla al menos hasta la siguiente noche de inquietud.

En estas noches eternas, cuando mi mente acelerada y repleta de ideas que pugnan por abrirse paso hasta la superficie me mantiene en vela, recuerdo con añoranza aquellos días de pesadillas infantiles en los que bastaba permanecer quieta totalmente cubierta por las sábanas para que la posibilidad de salir herida se esfumara.

Compañeros de viaje