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miércoles, 31 de marzo de 2010

La ratita presumida


El Corazón tiene razones que la Razón no entiende.
Blas Pascal


La ratita de nuestro cuento era cantidad de guay.
Vivía en un pequeño agujero que había decorado de forma coqueta, trabajaba mucho y duro para conseguir las cositas que hacía que se sintiera bien, tenía muchos amigos con los que realizar escapadas y viajes maravillosos y de vez en cuando se pegaba un buen homenaje culinario con el gusto exquisito que había llegado a cultivar.
Pero a pesar de toda esta apariencia nuestra pequeña ratita no era feliz.
Desde que lo conoció no pudo apartar los ojos del lindo gatito que la tenía embelesada.
Los otros ratoncitos sufrían cuando la veían sufrir. Y hasta una gorda y cínica rata que había vivido mucho y poseía la experiencia de la edad le aconsejaba que se alejara del que sólo quería engullirla después de jugar con ella.

El gato, malicioso, aprovechaba su vulnerabilidad. El juego del gato y el ratón nunca fue tan literal. Y ni todos los ruegos ni consejos consiguieron que la ratita dejara de elevar sus ojos a quien no le convenía.

No sé cómo acabará el cuento.
Pero ahora, los niños cerramos los ojos y rogamos para que la ratita recobre la razón.

Dedicado a mi amiga C. , que no se quiere lo bastante.
Porque nunca es suficiente.

martes, 16 de marzo de 2010

Et les yeux dans les yeux...


Debían de andar por los doce o trece años y hubiera apostado mi perdida inocencia a que era la primera vez que salían juntos.
Él, aire rebelde con ese estudiado descuido al vestir, colocaba su brazo de forma protectora sobre el hombro de la chica que, ojos delineados en negro negrísimo asomando entre un sofisticado flequillo, aferraba su mano de forma casual.
Querrían ser mayores, más duros, más modernos... pero su lenguaje corporal no engaña a nadie: bajo su dura apariencia asomaba la vulnerabilidad, los nervios y la vergüenza.
Sin embargo todo eso quedaba olvidado al ver la intensidad de sus miradas. Sus ojos se buscaban constantemente. Evitaban al resto del mundo casi por instinto y si alguien o algo les obligaba a apartar la vista para no tropezar, rápidamente volvían a buscarse el uno en el otro con el anhelo y la intensidad que no se dan más que en el primer amor.

Reconozco que por un segundo los envidié, la frescura de sus nuevos sentimientos, la fuerza de sus deseos, incluso eché de menos el terror de la inexperiencia, ese latido extra del corazón. Luego pensé en las ganas de crecer que tenemos a esa edad, sin darnos cuenta del paso irreparable, de lo que dejamos atrás.

Tengo que darles las gracias, porque durante un segundo volví a ser una niña. Y en mi cabeza volví a escuchar a Françoise Hardy -el francés fue mi segunda lengua infantil- tarareando su famosa canción: "Tous les garçons et les filles de mon âge se promènent par la rue deux par deux..."


Compañeros de viaje