Aquella excitación y aquel lenguaje me resultaban incomprensibles. Intentaba eludir sus abrazos, no demasiado frecuentes, pero me faltaban energías. Sus palabras resonaban en mis oídos como una canción de cuna y domeñaban mi resistencia sumergiéndome en una especie de sopor, del cual sólo despertaba cuando me libraba de sus brazos(...)
(...)Noté que algo se encaramaba a mi cama. Unos ojos enormes se acercaron a los míos y de pronto sentí un penetrante dolor en el pecho, como si me hubiesen clavado dos alfileres. Me desperté con un grito. La habitación estaba iluminada por la luz que dejaba encendida cada noche, y a los pies de mi cama había una figura femenina vestida de negro y con la cabellera caída en cascada sobre los hombros.
Poco falta para que Carmilla, la inmortal creación de Sheridan Le Fanu, cumpla casi 140 años. Y desde entonces, erotismo y sangre parecen haberse tornado inseparables.
Muchas han sido las novelas de terror gótico donde la figura del vampiro se presentaba como alguien seductor, solitario para la caza e irresistible para su presa que, anhelante, se ofrecía con su voluntad anulada.
Pero hasta los monstruos evolucionan con los años.
Ahora el vampiro no está solo; vive en comunidad y su ansia depredadora puede ser controlada. Sin embargo lo que no ha cambiado es su tremendo poder de atracción.
Desde las novelas insinuantes de Poppy Z Brite, sangrienta y gótica, o Anne Rice, la reina del género, la erótica se ha ido convirtiendo en verdadera atracción sexual.
Vampiros adolescentes y humanos con las hormonas desatadas son los protagonistas de las sagas juveniles escritas por Claudia Gray -y su saga Medianoche-, L J Smith -de cuya obra la televisión emite una exitosa serie llamada Crónicas Vampíricas-, las Cast, madre e hija -autoras de las vicisitudes del colegio La Casa de la Noche- o la archiconocida Stephanie Meyers creadora de Crepúsculo.
Pero el erotismo contenido no se queda ahí, y las novelas con explícito contenido sexual han ganado terreno. Tenemos a la increíble y mordaz Charlaine Harris con su saga sobre Sookie Stakhouse -por supuesto, también llevada a la pequeña pantalla en una de las mejores series del género, True Blood-, pasando por Sherrilyn Kenyon y sus Cazadores de Sombra o J R Ward y su Hermandad de la Daga Oscura.
Todo un descubrimiento ha sido la española Lena Valenti. Mezclando tradiciones y mitología esta barcelonesa ha creado una fantasía paranormal que se nutre de las mejores tradiciones y mitología nórdica. Sangre, colmillos y sexo se entremezclan con la investigación genética y la venganza en una espiral imparable donde todos los seres paranormales son antinaturalmente bellos y con un magnetismo salvaje que inflama las mentes de los humanos, por supuesto hermosos como modelos de pasarelas, que los vanirs y los bersekers encuentran irresistibles hasta la demencia.
Y mención aparte me gustaría señalar el humor ácido del absurdo de Cristopher Moore y su vampira Jody, una especie de Bridget Jones nocturna cuyo novio, otro perdedor como ella, trata de sobrevivir a la convivencia diaria con su chica... aunque ésta esté muerta.