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domingo, 18 de enero de 2009

La Princesa del Guisante


Cuentan los viejos que la soberana del Antiguo Reino buscaba una princesa que fuera auténtica para casar con ella a su heredero.
Cuando una noche de tormenta llamó al castillo una muchacha empapada afirmando ser una princesa extraviada, la reina decidió comprobarlo colocando un guisante bajo veinte colchones y haciendo que la extraña durmiera sobre ellos.
Al despertar a la mañana siguiente, la muchacha se quejó de las durezas insoportables que no la habían dejado dormir, revelando así la delicadeza de su piel y su verdadera condición de princesa.

Estamos tan acostumbrados a las matanzas en el mundo, a las enfermedades o las catástrofes que hemos convertido la conciencia, la solidaridad, la caridad en ese pequeño guisante asfixiado bajo capas de comodidad, autocomplacencia e insensibilidad.
Nos conformamos muchas veces con vacuos gestos grandilocuentes destinados más a propagar la imagen de solidarios que a ejercer realmente como tales.
Organizamos multitudinarias manifestaciones contra el bombardeo en la franja de Gaza , mientras subrepticiamente rogamos por que nos saquen en la tele junto a ese actor que mola tanto y que lleva la pancarta a nuestro lado. Nos colocamos lazos de mil colores para demostrar lo cool que somos apoyando las campañas contra las maléficas enfermedades que diezman el tercer mundo, pero jamás hemos donado un mísero céntimo para vacunas, medicinas o alimentos. Escribimos airadas cartas a los diarios denunciando las condiciones de repatriación de los pobres inmigrantes ilegales, pero volvemos la cabeza en los semáforos cuando el polaco o subsahariano de turno nos tamborilean la ventanilla del coche.

Pero aún no he perdido del todo la esperanza en la bondad el hombre. Son pocas, pero ahí están: personas anónimas que no tiene reparos en participar en montones y montones de actividades que, aunque pudiéran parecer fútiles, alcanzan y llenan mucho más de lo que se pueda imaginar.

L. me dió una vez un verdadero ejemplo de humanidad. Estaba recogiendo ropas de abrigo usadas para repartir entre los vendedores de los semáforos que habitualmente ve en su recorrido al trabajo (una insignificancia entre el montón de actividades en las que estaba comprometida) cuando le pregunté que qué pensaba que iba a conseguir con ese minúsculo gesto inútil. Pero ella, sonriendo con esa calidez que la caracterizaba me respondió:
¡Uy! No te creas que soy tan ingenua como para pensar que un abrigo puede cambiar el Mundo. Pero yo creo que cada persona tiene la capacidad de cambiar la pequeña porción de mundo que la rodea. Si todo el mundo fuera capaz de comprender esto, las cosas irían mejor. Y yo estoy tratando de hacer mi parte día a día.

10 comentarios:

Cris dijo...

Ojalá hubiera muchas personas así. Capaces de aportar su pequeño granito de arena, porque si todos lo hiciéramos quizá no cambiaríamos mucho las cosas, pero sí que cambiaríamos en algo la vida de algunas personas.
Besos.

Eli dijo...

Me cabrea mucho cuando la gente habla de la tan cacareada solidaridad a lo grande cuando la verdadera solidaridad consiste en dar lo que tienes.
Puede que eso no arregle el mundo, pero sí que logra que algunos sean un poco más felices.

Celadus dijo...

Totalmente de acuerdo, Eli. Yo soy de los que piensan que los pequeños gestos son muy importantes porque son los únicos que REALMENTE podemos hacer todos y los que tienen un efecto concreto y palpable, aunque solo alcance a unas cuantas personas.

Laura dijo...

Se pueden lograr cosas. Felicita a L. de mi parte. Yo seguire haciendo mi parte.

Lenka dijo...

Que nunca dejemos, como L, de hacer nuestra parte.

Eli dijo...

Gracias por dejar vuestra opinión, chicos.
Creo que hay verdadera grandeza en hacer lo que verdaderamente puedes.
Yo siempre he pensado que alzar la voz no sirve para nada. Que millones de voces sólo logran una cacofonía ininteligible. Que son los actos los que nos definen.

Sra de Zafón dijo...

Gracias a ti, Eli, por refrescarnos la memoria de lo que tenemos tan a mano y a veces nos olvidamos de hacer.
Me ha encantado tu entrada.
Un beso

Juan dijo...

En primer lugar enhorabuena por la entrada Eli.

Al cuento que abre la entrada yo le doy otro sentido diferente. Las comodidades, nos hacen ser más hipersensibles y menos capacitados para asumir el dolor. Menos fuertes en suma.

Por lo demás, totalmente de acuerdo con lo que expresas.

Un abrazo

Jose dijo...

Pequeños granos de arena hacen la montaña. Hay que empazar la casa por los cimientos, y estos actos lo son ;) pues mira, L no sólo ha conseguido hacer llegar ropa a los que lo necesitan, si no que ha llegado a los que te leemos y seguro que, en más o en menos, nos ha dado que pensar.

Eli dijo...

Juan, tu interpretación no es incompatible con la mía. Estamos rodeados de nuestra propia autocomplacencia que nos aisla del dolor y el sufrimiento, tanto propios como ajenos.

Jose, a L. le encantarían tus palabras.
Un beso a todos.


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