Cuenta la leyenda que aquella fue la noche en que todo acabó. La noche en que juró que nunca más lloraría.
Tomó su corazón roto y su dignidad y formó un pequeño hatillo. Es todo lo que había sacado después de tantos años.
Atrás quedó la ingenuidad, la seguridad de niña con la que se aferró a lo que entonces le parecía su mejor don, su fortaleza.
Perdió por el camino sueños y esperanzas. Aunque nunca le había pesado hasta ahora.
Ella no era una persona difícil con quien convivir. Era alegre, se adaptaba a todo y generalmente no entraba en conflicto con sus propios deseos el complacer a los demás.
Durante unos años vivió feliz supeditada a la ambición de quien ella consideraba inteligente. Y la vida parecía sonreirles.
Pero entonces llegó el conflicto: los deseos de ambos chocaron de frente. Y él rompió su confianza hasta el punto de no retorno.
Esa fue la noche en que la princesa despertó de su cuento de hadas y miró al cielo. Y sólo vio la negrura.
5 comentarios:
glups....
O_O
Sin palabras, Eli.
Ay. Qué triste. Y qué valiente, al mismo tiempo.
Esperanza.
Es algo que tengo muy presente a últimas fechas. Y me gusta recordárselo a aquellos que aprecio o con quienes simpatizo...
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