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domingo, 24 de junio de 2007

Hay que educar a papá


Ni siquiera sé cómo empezar: una llamada anoche, y todos los arquetipos comienzan a desmoronarse.
El problema consiste en algo tan simple como un móvil nuevo. Pero ¿qué nos pasa con la edad?

Cuando yo tenía tres años, mi padre era ese hombre grande que fumaba en pipa, que nos subía a lo alto de las literas con una sola mano y al que siempre recordaré montando el belén con los brazos de arcilla hasta el codo.

A los diez, estaba orgullosa de él. Mi papá trabajaba en algo que dejaba boquiabiertas a mis amigas, tenía un lenguaje propio que me enseñó y con el que podía presumir.

A los diecisiete era el colega con el que podía discutir, al que ansiaba parecerme y con el que conspiraba para deshacer las prohibiciones de una madre sobreprotectora.

Con el correr de los años, he ido añorando al padre infalible que tenía. Sin embargo, éste de ahora es más cercano, más entrañable en sus errores y en sus dudas.
Hasta ahora, era uno de mis refugios más importantes. No tomaba ninguna decisión sin exponerle mis dudas, sin escuchar sus opiniones, sin saber que me entendía...Pero sobre todo, estaba orgullosa de que mi padre se sintiera orgulloso de mí.

Pero la vida golpea fuerte; el hombre de roca sufre la erosión de los años, los sentimientos, los infortunios...y un día, sin estridencias, sin grandes alharacas, gota a gota, es en mí en quien él se apoya.

Ahora, me he convertido en la madre de mi papá. Y no es que me queje; pareciera que mi rol de Daemeter se creciera con ello. Pero me hace pensar y mucho, la ternura que ahora me inspira esa figura con la que mi madre nos amenazaba para que nos portáramos bien.

Y no son sólo las nuevas tecnologías las que superan a nuestros mayores. El desarraigo de la familia, las horas de soledad, el miedo al futuro incierto a corto plazo...

No pasa nada, papá. Esta tarde, como otras muchas tardes, allí estaré. Aprenderemos juntos a manejar tu móvil nuevo de última generación ( ¿Y para que demonios quieres tú un móvil con bluetooht? ), dejaré que vuelvas a mimarme con la merienda, le daremos un repaso a la familia y añoraremos a los que se fueron, aunque nunca del todo.
Pero sobre todo, papá, ahuyentaremos juntos todos los miedos, como antes, como siempre.

2 comentarios:

Lenka dijo...

Debe ser hermoso cuando nuestros padres se convierten en nuestros hijos. Hermoso y terrible. Debe inspirar ternura y, al mismo tiempo, terror. Supongo que tal metamorfosis logra el prodigio de que nos sintamos más fuertes y a la vez más vulnerables que nunca. Y me imagino que para ellos será exactamente igual. Extraño. Bello y pavoroso.
Pero seguro que, en realidad, es una época insuperable. Porque te invaden más sentimientos que nunca antes, y todos contradictorios. Más certezas, más dudas, menos fascinación, pero más respeto, menos idolatría, pero más amor. No es algo así? No es justamente ese el momento en que ya no hace falta hablar porque se ha comprendido todo entre un padre y un hijo? Disfruta de este momento, Eli.

Eli dijo...

Es muy difícil Len, aunque sea tan hermoso. No quieres confundir piedad con ayuda, ni necesidad con compañía. Pero en las cosas del corazón la razón poco tiene que hacer.
Y es muy grande el sentimiento de saber que quizá no te queda mucho...
Quizá por eso se disfrutan más los grandes momentos.


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