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viernes, 2 de mayo de 2008

Postcards from the Edge


Hola, cariño. Acabo de salir y ¡ya estoy echándote de menos!
Es una pena que no hayas podido acompañarme, pero como lo prometido es deuda aquí vas a ver, a través de mis palabras, todas las cosas que no hemos compartido estos días.

Día primero:

Y bien, conociendo mi proverbial mala suerte ¿te imaginas qué nos pasó?
Pues efectivamente: de nuevo la huelga de controladores franceses.
Estábamos sentados en el avión cuando los altavoces anunciaron que debíamos permanecer en Sevilla. Creí que se me caía el alma a los pies, pero inmediatamente aclararon que sería un retraso temporal.
La verdad es que estuvimos hora y media encerrados en esa estrecha matriz de aire artificial hasta que creí que ya no lo soportaba más. Afortunadamente no pasó de ahí y pude disfrutar relajadamente del vuelo.

Londres es espectacular de madrugada. Sus calles, iluminadas y desiertas, hacen que parezca una ciudad fantasma. El avión del aeropuerto nos dejó en Marble Arch donde es más fácil encontrar un taxi libre. De allí a Paddington (no te lo he dicho, pero es el osito del cuento de Michal Bond) no tardamos ni un cuarto de hora y aún así eran las cuatro de la mañana cuando nos acostamos. Reventados pero felices.

Día segundo:

¡Ay, dios! Suena el reloj y no son las ocho de la mañana. Hoy hay que ponerse guapa porque vamos a ir de compras por la zona más comercial de la ciudad. Pero primero, repongamos fuerzas: jaja, llevo soñando desde que me acosté con ese desayuno fantástico. A pesar de que el café no es el punto fuerte de los hijos de la Gran Bretaña, las dos tazas y las tostadas despejaron el cansancio.

¡Que ilusión me hace tener mi propia Oyster Card! Ya sé que es pueril, pero los turistas te miran con respeto cuando creen que eres un residente local.
Es curioso lo rápido que el cuerpo recuerda las rutinas antiguas: ni un problema para desplazarme el el metro.

Oxford street está tan abarrotada como siempre. Hay tantos escaparates, tantas ofertas, tantos colores llamativos que la mirada no descansa. Zapatos, ropa, gafas, juguetes, joyas...Pide lo que se te antoje y se te dará la oportunidad de adquirirlo.
Para hacer más amenas las compras, siempre hay algún músico ambulante o un puesto de frutas o dulces en el camino.
Esta vez hemos hecho un descubrimiento: Thorntons. Es una tienda exclusiva de chocolate de diseño. Y ¿sabes qué? Esta vez decidí sucumbir a la tentación.

La hora del almuerzo se acerca, así que nos dirigimos al Argyll Arms. Ya sabes, el pub que solemos frecuentar. Ya estaban decorándolo para el partido que se iba al celebrar al día siguiente, y el ambiente era bastante festivo.
La comida fue una delicia, y tras un café nos dirigimos al hotel a descansar un rato.

A las siete de la tarde debíamos estar en el teatro para recoger las entradas del musical. El New London Theatre está en Covent Garden, así que salimos con tiempo para recorrer un poco las calles de ese hermoso barrio.

Como ya sabes, la obra que íbamos a ver era Gone with the Wind.
El escenario nos impresionó vivamente. Estaba diseñado de manera que toda la sala parecía un salón confederado, y los actores corrían y bailaban sobre rampas dispuestas entre el público.
Los actores cantaban muy bien, y hay un pr de solos que me pusieron los pelos de punta, aunque me parece que esta obra no va a ser de las que triunfen 20 años. Pero como diría el gran Rhett, "Frankly, my dear, I don't give a damn".

La cena fue ligera, ya que arrastrábamos el cansancio de dos días. Así que por hoy se acabaron las ganas de continuar y nos acostamos relativamente temprano.

Día tercero:

El plan del día empezaba con la tan deseada excursión a Cambridge. El tiempo acompañaba, así que partimos felices hacia King's Cross para coger el tren.
Por supuesto, nos paramos en el famosísimo Andén 9 y 3/4 para la foto friki del día, jeje.

Cambridge es una ciudad maravillosa. Con sus más de 30 Colleges se ha convertido en una de las ciudades universitarias por derecho propio.
Después de visitar el mercadillo nos acercamos al King's College para conocer su famosa capilla. También pudimos visitar los jardines del Trinity College y los puentes sobre el rio Cam, bajo uno de los cuales nos sentamos con la multitud de estudiantes que disfrutaban del sol primaveral.

Almorzamos en el Eagle, en cuya fachada una placa recuerda que fue allí donde Watson y Creek notificaron su descubrimiento de la doble hélice del ADN.

Recorrimos paseando las maravillosas calles de la ciudad hasta que se acercó la hora de volver.
Cuando llegamos a Londres aún era temprano, así que decididamente se imponía el preceptivo paseo por Picadilly Circus, Shaftesbury Avenue (donde por cuestión de minutos no pudimos ver a Ralp Fiennes que actuaba en una obra de teatro), Chinatown (cena en un chino, of course), Leicester Square (la cuna de las premieres cinematográficas) y el Soho (y sus antros de perdición, jeje)hasta Totemham Court Road.
Durante este paseo pudimos comprobar cómo el gótico-siniestro-punk español se queda en pañales. Las ropas, los maquillajes, las lentillas, las tiendas y escaparates...Entramos en una de las tiendas de vanguardia y aproveché para comprarle a Ana el regalo de su cumple. Espero que le guste, jajaja, porque me parece que hasta para ella va a resultar un poco excesivo.

¡Ah! Se me olvidaba. Entramos en el Planet Hollywood y he hecho las fotos que me pediste: el látigo de Indiana Jones, el garfio del Capitán Hook y el cyborg de Terminator.

La peña va bolinga perdida por la calle, y yo, que parece que me ha mirado un tuerto, tengo la inmensa suerte de que todos los borrachos caigan a mis pies.
Para colmo, el metro se detiene a una parada de Paddington, dentro de los claustrofóbicos túneles, y tenemos que esperar a que nos arreglen la avería. A la salida, un camión de bomberos nos recibe, aunque nadie da explicaciones.
Cuando llegamos a la plaza donde está el hotel un montón de luces azules nos avisa de que algo más ha ocurrido: un pub destrozado y media calle llena de escombros por la pelea entre los seguidores de los dos equipos que han jugado esta tarde, Chelsea y Manchester, creo. Ocho furgonetas de la policía, dos equipos de la científica, 100 metros cuadrados de acordonamiento y montones de turistas haciendo fotos como posesos.

De todas formas el día ha estado genial. Tengo ya guardados en la maleta mis imanes de Cambridge, tu camiseta de Los Ramones y una sorpresa cantidad de curiosa que te tengo reservada.

Día cuarto:
Qué pena que nos tengamos que ir hoy. Parece que los ánimos han contagiado el ambiente porque el cielo está gris y está empezando a amenazar la primera lluvia del día.

El recorrido para hoy parte de Saint Paul Cathedral, atravesando el Millenium Bridge hasta la Tate Gallery para ver algunas de las exposiciones de arte moderno.
Conociéndote como te conozco, te he traido un souvenir que te va a encantar.

No teníamos mucho tiempo más, así que no podemos dejar de despedirnos de Westminster, su Abadía y el Parlamento con el Big Ben.

Salimos corriendo para Victoria coach Station, y a pesar de que encontramos unas pocas de manifestaciones por la calle, llegamos a buena hora para subir al autobús del aeropuerto.
Pero...¡naturalmente! Había problemas con los transportes. Los nervios nos comían, los empleados no aportaban ninguna explicación satisfactoria y el tiempo corría en nuestra contra. Después de dos horas retenidos, subimos al autobús con la fatalidad de saber que no llegaríamos a tiempo.

¡Menos cuarto! Aún nos queda un cuarto de hora para que salga el avión. Pero a pesar de que contamos con la inmensidad de los pasillos de Stansted lo que nos detuvo fue la parsimonia de los empleados del control de equipajes. Cuanto más se demoraban en registrarnos las maletas más rígido se hacía el rictus de mi cara.
Ni Forrest Gump hubiera llegado a tiempo. Lo más frustrante fue ver cómo cerraban la puerta de embarque en nuestras narices.
Nadie a quien reclamar. La única opción fue buscar un nuevo vuelo.
Afortunadamente al día siguiente partía un avión hasta Sevilla a las siete de la mañana. Así que para acortar los tiempos de espera decidimos quedarnos a pasar la noche en el Radisson del aeropuerto. Que por cierto, tiene en su vestíbulo una torre de vinos por donde una chica trepa cual Ton Cruise en Misión Imposible.

Una vez que estuvimos instalados, y con la tarjeta de embarque asegurada, nos pudimos relajar. La categoría del hotel es de lo mejor que yo he visto en Inglaterra, así que ya que no tenía más remedio que quedarme allí esa noche aproveché para darme un largo baño de espuma, envolverme en el mullido albornoz y aprovechar que pasaba una noche completamente sola para disfrutar de las libertades que supone que nadie te vea. O sea, pasearte en cueros por la habitación y dormir desnuda bajo el enorme edredón de plumas, jajaja.

Día quinto:

A las cuatro habíamos encargado el desayuno. Y desde luego, allí había comida para un cuartel. Pero como no sabía cuándo iba a tener la oportunidad de comer otra vez, probé de todo un poco. Total, ya tendré tiempo de volver al régimen.

El embarque ocurrió sin percances. Pero cuando llevábamos una media hora de vuelo, el azafato solicitó por la megafonía la presencia de un médico o enfermera.
¡Jo! 25 años de profesión y creí que estas cosas sólo pasaban en las pelis.
Para variar, sólo yo estaba cualificada para atender una emergencia. Menos mal que no fue nada grave, porque el avión carecía de cualquier tipo de asistencia.
Una pasajera se había desplomado en el pasillo al levantarse. Y yo, que conservo la sangre fría para actuar en las situaciones de emergencia, rápidamente me puse a dar órdenes para acomodar a la chica y atenderla. Todos los síntomas apuntaban a una lipotimia por hipoglucemia de estrés. Así que con la postura correcta, abrigándola, dándole agua y caramelos conseguí que mejorara.
Por supuesto, el resto del vuelo lo pasé a su lado vigilándola, acompañándola e interesandome por su salud, y no desembarqué hasta que el equipo de la ambulancia del aeropuerto la atendió después de escuchar mis explicaciones, y comprobar con datos fiables que se encontraba mejor.
Menos mal que los tripulantes del avión se portaron amablemente con nosotras y estuvieron todo el vuelo pendiente de nuestras necesidades.

En fin, creo que la mayor alegría del día fue saber que estarías allí esperando para recogerme.
Sé que me has preguntado qué tal me lo pasé. Que te he enseñado las fotos y los regalos. Que te he bailado los números del musical. Pero estas postales son las que a diario te enviaba en mi cabeza, para que no me echaras de menos.

¡Oh! Me encanta la canción que me has buscado. Ahora mismo la añado a esta corespondencia.




¿Quieres oirla?

6 comentarios:

Jose dijo...

Aaaaggggg!!!!babas, babas, babas, babas, babas, babas y más babas!!

me alegro de que te lo pasaras bien!!bienvenida reina!

Alberich dijo...

Q bién!!!


y q envidiiia

jejeje

besos

Anónimo dijo...

Una ahi disfrutando, mientras a otras n o sale humo por el cerebro. ¿Te he dicho ya que te odio?. ;)
Me alegra que lo pasarás tan bien, a pesar de los "pequeños"
inconvenientes.

Cris dijo...

Me alegro de que lo pasaras muy bien. Gracias por poner las fotos. Muchos besos.

Eli dijo...

Hasta con los pequeños inconvenientes he disfrutado de una ciudad que me enamoró a primera vista.
No me odies mucho, Ado: algún día puede que vayamos juntas.

En cuanto sea propietaria de un cuarto de hora de ocio os prometo que subo las fotos particulares para enseñároslas. Que sé que más de un friki quiere ver la del andén nueve y tres cuartos :)

Anónimo dijo...

Yo ya la he visto, chincha jajajaja

PD: Eli, pues seria una visita en la mejor de las compañias ; )


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